EL CUATRO


Lo cierto es que no tenía pensado hacer una plancha con este título, pero ciertos acontecimientos vividos tras la lectura de la magnífica plancha sobre el tres con que nos obsequió nuestro Q.·. H.·. MEMFIS, me han llevado a intentar hablar sobre el enigmático número cuatro y digo enigmático puesto que parece como si no tuviera la importancia o trascendencia de los tres primeros números, pero nada más lejos de la realidad pues es realmente en el cuatro en el que toda la potencialidad del uno se plasma y se hace realidad. 

En nuestro rito parece como un número inexistente o cuanto menos poco importante, al menos no se le da la importancia que le otorgamos al tres omnipresente por doquier, los pasos del aprendiz, la triple batería, las tres luces, el delta sagrado que como símbolo del G.·.A.·.D.·.U.·. preside nuestros trabajos y nuestro Taller, etc… 

Como digo el cuatro parece no estar presente y no es cierto, pensemos por ejemplo en la forma en que se configura el Templo, o acaso no nos hemos dado cuenta de que tiene forma rectangular, pensemos también en la disposición que ocupamos en el Taller, situados conforme a los cuatro puntos cardinales el Venerable en el Oriente, el Primer Vigilante en el Occidente, el Segundo Vigilante en el Sur y los Aprendices en el Norte. 

Tampoco el número cuatro ha pasado desapercibido en las distintas tradiciones, en el cristianismo pensemos hermanos en los cuatro ríos que nacían en el Paraíso Bíblico, o en las cuatro Santas Criaturas Vivientes del Apocalipsis, por no citar a los cuatro jinetes del Apocalipsis del día del Armagedón. En Egipto lleno de tríadas como ya sabemos o de Enéadas que a fin de cuentas no son más que la unión de tres triadas, también el cuatro hace su presencia, por ejemplo en la octoada de Hermópolis, la ciudad donde nace el sol por primera vez, compuesta de dos parejas de cuatro ranas hembras y cuatro serpientes macho, o en la pirámide con sus cuatro caras dobles o sobre todo en la esfinge con sus garras de león, cuerpo de toro, alas de águila y cabeza de hombre, simbolizando a los cuatro elementos, el león el fuego, el toro la tierra, el águila el aire y el hombre el agua; elementos que como ya explicaba hace años en una plancha, eran simbolizados también por los cuatro dioses hermanos, Osiris el Agua, Isis la Tierra, Neftis el Aire y Set el Fuego. Pensemos también en los cuatro elementos herméticos en la alquimia tan presente en los símbolos de la cámara de reflexión. 

El cuatro en suma no nos es extraño a pesar de no corresponder a un número propio de un grado como lo es el tres del de Aprendiz o el cinco del de Compañero, se encuentra presente de forma más o menos explícita en torno nuestro. 

Dicho lo anterior quisiera hablaros de mi concepción del número cuatro que podemos asimilar a la tetratkis Pitagórica y que constituye el número perfecto pues de la suma de las cifras de los cuatro primeros números 1+2+3+4=10 obtenemos el primer número de dos cifras, el 10 equivalente del punto y el círculo con los que en la antigüedad más remota se representaba al creador. 

Permitidme pues que haga uso de una tradición que me resulta próxima para que me sirva de vehículo que permita verbalizar la idea que intento transmitir, es decir, dejadme usar símbolos que me resultan conocidos ya que encierran en si mismos mucho más de lo que expresan las simples palabras. 

Tal vez la plasmación de la idea del cuatro que nos resulta más conocida y al mismo tiempo más incomprensible sea el tetragrama divino, es decir las cuatro letras Hebreas con las que se escribe el nombre de Dios, como todos sabéis el יהדה, conformado por cuatro letras de las que una se repite, cuatro letras de las que la primera es un punto suspendido en el aire y cuyo valor numérico es 10. Hay que tener en cuenta que en Hebreo se escribe de derecha a izquierda, por lo que la primera letra es la situada a la derecha del tetragrama, la letra Iod. 

Pues bien de esta manera podemos entender la afirmación que nos dice que el cuatro reconduce todo a la unidad pues el diez, potencia de cuatro, expresa la realidad del uno en toda la creación, tanto en lo visible como en lo invisible. 

Pero para entender el cuatro en toda su dimensión hay que hacerlo en función del tres, lo que conforma el conjunto de los tres principios en los cuatro elementos herméticos y todo junto la maravilla del septenario, el número mágico por excelencia, el número de la Menorah Hebrea y que se corresponde con las siete sephiras inferiores del árbol cabalístico. 

Me gustaría concluir como es mi costumbre con unas palabras de una gran iniciada, Elena Petrovna Blabatski, reconocida por todo el movimiento teosófico, y que nos afirma hablando del tetragrama divino, conocido por el nombre de tetragrámaton que es doble, el primer tetragrámaton es el Macroprosopus el uno eternamente oculto, El Padre, una emanación de la luz eterna, es la figura geométrica ideal del cuadrado formado por cuatro líneas imaginarias, como nada que encierra nada. Mientras que el segundo tetragramatón es el Microprosopus, el hijo o logos, es decir el triángulo en el cuadrado. 

Espero que lo dicho nos permita meditar sobre este mundo eminentemente mágico, entendiendo la magia en su correcto sentido, es decir como el uso de la razón de una forma inspirada, como la luz de la razón. Nada más propio en este nuestro Templo, representación simbólica de otro, el de Salomón; pues nos dice una máxima del Kybalión que “Mas allá del Kosmos, del Tiempo, del Espacio, de todo cuanto se mueve y cambia, se encuentra la realidad sustancial, la Verdad Fundamental”.-

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