Definiciones y reflexiones sobre el símbolo y la simbología


La civilización moderna emerge en la historia como una verdadera anomalía: es la única, de todas las conocidas hasta la fecha, que se ha desarrollado en un sentido puramente material; la única asimismo que no se apoya en un principio de orden superior. Hablamos, entiéndase bien, de la auténtica y pura intelectualidad, que cabe llamar también espiritualidad.
Desde que se comenzó a ignorar todo conocimiento puramente intelectual, tal y como se conoce desde Descartes, las consecuencias lógicas no podían ser otras que el positivismo, el agnosticismo y todas las aberraciones “científistas”, por un lado, y, por otro, las teorías contemporáneas que, no satisfechas con lo que la razón puede dar de sí, buscan algo más, pero lo buscan desde el sentimiento y el instinto, es decir desde lo infra-racional y no desde lo supra-racional.
Nosotros pensamos, precisamente, que lo que importa ante todo es restaurar esa auténtica intelectualidad, y con ella el sentido de la doctrina y de tradición. Es hora ya de mostrar que la religión es algo distinto a un asunto de devoción sentimental, es algo distinto a unos preceptos morales o consuelo para uso de espíritus quebrantados por el sufrimiento. Y no se trata, sin embargo, de innovar; muy al contrario, se trata de retornar a la tradición de la que nos hemos apartado, de recobrar lo que se ha perdido.
René Guénon
Símbolo
El hombre emplea la palabra hablada o escrita para expresar el significado de lo que desea trasmitir. Su lenguaje está lleno de símbolos pero también emplea con frecuencia signos o imágenes que no son estrictamente descriptivos. Algunas son meras abreviaciones o hilera de iniciales como ONU, UNICEF, o UNESCO; otras son conocidas marcas de fábrica, nombres de medicamentos patentados, emblemas o insignias. Aunque estos carecen de significado en sí mismos, adquieren un significado reconocible mediante el uso común o una intención deliberada. Tales cosas no son símbolos. Son signos y no hacen más que denotar los objetos a los que están vinculados.
Lo que llamamos símbolo es un término, un nombre o aun una pintura que puede ser conocido en la vida diaria aunque posea connotaciones específicas además de su significado corriente y obvio. Representa algo vago, desconocido u oculto para nosotros. Muchos monumentos cretenses, por ejemplo, están marcados con el dibujo de la azuela doble. Este es un objeto que conocemos, pero desconocemos sus proyecciones simbólicas. Como otro ejemplo, tenemos el caso del indio que, después de una visita a Inglaterra, contó a sus amigos, al regresar a su patria, que los ingleses adoraban animales porque había encontrado águilas, leones y toros en las iglesias antiguas. No se daba cuenta (ni se dan cuenta muchos cristianos) de que esos animales son símbolos de los Evangelistas y se derivan de la visión de Ezequiel y que eso, a su vez, tiene cierta analogía con el dios egipcio Horus y sus cuatro hijos. Además, hay objetos, tales como la rueda y la cruz, que son conocidos en todo el mundo y que tienen cierto significado simbólico bajo ciertas condiciones. Precisamente lo que simbolizan sigue siendo asunto de especulaciones de controversia.
Así es que una palabra o una imagen es simbólica cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio. Tiene un aspecto “inconsciente” más amplio que nunca está definido con precisión o completamente explicado. Ni se puede esperar definirlo o explicarlo. Cuando la mente explora el símbolo, se ve llevada a ideas que yacen más allá del alcance de la razón. La rueda puede conducir nuestros pensamientos hacia el concepto de un sol “divino”, pero en ese punto, la razón tiene que admitir su incompetencia; el hombre es incapaz de definir un ser “divino”. Cuando, con todas nuestras limitaciones intelectuales, llamamos “divino” a algo, le hemos dado meramente un nombre que puede basarse en un credo pero jamás en una prueba real.
Como hay innumerables cosas más allá del entendimiento humano, usamos constantemente nuestros términos simbólicos para representar conceptos que no podemos definir o comprender del todo. Esta es una de las razones por las cuales todas las religiones emplean lenguaje simbólico o imágenes. Pero esta utilización consciente de los símbolos es solo un aspecto de un hecho psicológico de gran importancia: el hombre también produce símbolos inconsciente y espontáneamente en forma de sueños.
Carl Gustav Jung
El símbolo revela ciertos aspectos de la realidad –los más profundos- que se niegan  a cualquier otro medio de conocimiento. Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la psique: responden a una necesidad y llenan una función: dejar al desnudo las modalidades más secretas del ser.
Mircea Eliade
Símbolo significa “signo de reconocimiento” pues este es el sentido exacto de la palabra griega symbolon, del verbo symballo, “juntar”, “reunir”; symbolé significa “ajuste”.  Según el diccionario Bailly  el término se refería primitivamente a “un objeto partido en dos, del que dos personas conservaban una mitad y que trasmitían a sus hijos. Estas dos mitades reunidas servían para que aquellos  que las llevaran se reconocieran, y para demostrar las relaciones de hospitalidad que habían existido anteriormente”
Las dos partes separadas una vez reunidas, se ajustaban exactamente la una con la otra para formar de nuevo el objeto primitivo. Es necesario que el símbolo sea reunido con su otra mitad natural para  poder construir el “signo de reconocimiento”.
Carlos de Tilo
En su origen, el símbolo es un objeto cortado en dos, trozos, sea de cerámica, madera o metal. Dos personas se quedan, cada una, con una parte; dos huéspedes, el acreedor y el deudor, dos peregrinos, dos seres que quieren separarse largo tiempo… Acercando las dos partes, reconocerán más tarde sus lazos de hospitalidad, sus deudas, su amistad. Los símbo­los eran aún entre los griegos de la antigüedad signos de reconocimiento que permitían a los padres encontrar a sus hijos abandonados. Por analogía el vocablo se ha extendido a cual­quier signo de reunión o adhesión, a los presagios y a las convenciones. El símbolo deslinda y aúna: entraña las dos ideas de separación y de reunión: evoca una comunidad que ha esta­do dividida y que puede reformarse. Todo símbolo implica una parte de signo roto; el sentido del símbolo se descubre en aquello que es a la vez rotura y ligazón de sus términos sepa­rados.

La historia del símbolo atestigua que todo objeto puede revestirse de un valor simbó­lico, ya sea natural (piedras, metales, árboles, frutos, animales, fuentes, ríos y océanos, montes y valles, plantas, fuego, rayo, etc.) o sea abstracto (forma geométrica, número, ritmo, idea, etc.). Con Pierre Emmanuel, podemos entender aquí por objeto, «no solamente un ser o una cosa reales, sino una tendencia, una imagen obsesiva, un sueño, un sistema de postula­dos privilegiados, una terminología habitual, etc. Todo cuanto fija la energía psíquica o la moviliza en beneficio suyo exclusivo, me habla del ser, con varias voces, a diversas alturas, tras numerosas formas y a través de diferentes objetos intermediarios de los cuales me aper­cibiré, si presto atención, que se suceden en mi espíritu por vía de metamorfosis»
El símbolo se entrega y se escapa; a medida  que se aclara se disimula; según dice Georges Gurvitch, los símbolos revelan velando y velan revelando. En la célebre Casa de los Misterios de Pompeya, que las cenizas del Vesubio recubrieron durante siglos, una admirable pintura malva sobre fondo rojo evoca el desvelamiento de los misterios en el curso de una ceremonia de iniciación. Los símbolos están perfectamente dibujados, los gestos rituales esbozados, el velo alzado; pero para los no iniciados el misterio permanece por completo, y cargado de equívocos.
La percepción de un símbolo es eminentemente personal, no sólo en el sentido de  que varía con cada sujeto, sino también de que procede de la persona entera. Ahora bien, semejante percepción es algo adquirido y a la vez recibido; participa de la herencia bio-fisio-psicológica de una humanidad mil veces milenaria; está influida por diferencias culturales y sociales propias de su medio inmediato de desarrollo, a las cuales añade los frutos de una experiencia única y las ansiedades de su situación actual. El símbolo tiene precisamente esta propiedad excepcional de sintetizar en una expresión sensible todas esas influencias de lo inconsciente y de la conciencia, como también de las fuerzas instintivas y mentales en conflicto o en camino de armonizarse en el interior de cada hombre.
Jean Chevalier
El simbolismo es el modo más adecuado a la enseñanza de verdades de orden superior, religiosas y metafísicas. Es esencialmente sintético, y por eso mismo “intuitivo” en cierto modo, lo que lo hace más apto que el lenguaje para servir de punto de apoyo a la “intuición intelectual”, que está por encima de la razón y que no conviene confundir con esa intuición inferior a la que recurren algunos filósofos contemporáneos.
El simbolismo sintético abre posibilidades de comprensión realmente ilimitadas, mientras que el lenguaje, más estático y definido en sus significados, impone siempre al entendimiento límites más o menos estrechos.
Si el Verbo es pensamiento ad intra y palabra ad extra, y si el mundo es el efecto de la palabra divina pronunciada en el origen de los tiempos, la naturaleza entera puede comprenderse como un símbolo de la realidad sobrenatural. Todo lo que es, cualquiera que sea su modo de ser, al tener su origen en el intelecto divino, traduce o representa ese origen a su manera y según su orden de existencia. Así, de un orden a otro, todas las cosas se concatenan y corresponden para concurrir a la armonía universal y total, que es un reflejo de la misma unidad divina. Esta correspondencia es el verdadero fundamento del simbolismo, y por eso las leyes de un rango inferior pueden siempre tomarse para simbolizar la realidad de orden superior, donde tiene su razón profunda, que es a la vez su inicio y su fin.
Lo inferior puede simbolizar lo superior, pero a la inversa es imposible. Por otra parte, si el símbolo no estuviese más próximo al orden sensible que lo representado por él, ¿cómo podría cumplir su función a la que está llamado? En la naturaleza, lo sensible puede simbolizar lo suprasensible: el orden natural integro puede, a su vez, ser un símbolo del orden divino. Además, si se considera al hombre en particular, dado que ha sido “creado a imagen de Dios” (génesis, I, 26-27). ¿No es legítimo afirmar que también él es un símbolo? Añadamos aún que la naturaleza sólo adquiere su pleno sentido si se la considera en cuanto proveedora de un medio para elevarnos al conocimiento de las verdades divinas, que es, precisamente, el papel esencial que hemos reconocido al simbolismo.
El Verbo divino se expresa en la creación y esto es comparable, por analogía y salvando las distancias, al pensamiento que se expresa en formas que lo ocultan y revelan a un tiempo. La revelación primordial, obra del Verbo, como la creación se explicita, por así decir, en símbolos  que se han trasmitido de edad en edad desde los orígenes de la humanidad.
Si el simbolismo es, en su esencia, estrictamente conforme a un “plan divino” y si el Sagrado Corazón es el centro del ser, de modo real y simbólico a la par, este símbolo del corazón, por si mismo o por sus equivalentes, debe ocupar en todas las doctrinas emanadas más o menos directamente de la tradición primordial un lugar central.
René Guénon
El símbolo se dirige a la intuición de la fe y no a las especulaciones de la razón, puesto que encierra una realidad que sólo puede conocer aquel que la ha experimentado. Por ello, mientras el símbolo sea objeto de fe, el hombre no puede sino explicar un símbolo mediante otro, y así corre el riesgo de contentarse con este juego, olvidando que los símbolos sólo existen a fin de recordar los misterios de la ciencia divina.
Existe un símbolo esencial al que se refieren todos los demás símbolos de la ciencia sagrada, y este símbolo por excelencia es el hombre, creado a imagen de Dios. En el principio Dios creó al hombre uniendo su “semejanza” con su “imagen” (tselem y demut). Como consecuencia del pecado original, el hombre perdió la semejanza divina, a la que se refiere el término (tselem) y se quedó sólo con la imagen divina (demut), lo que representa precisamente el símbolo incompleto del hombre primitivo. De ahí el epígrafe de nuestro estudio “Cuando el símbolo es una realidad, es imposible descubrirlo sin la ayuda de Dios”. Esta realidad no puede ser reconocida si no es mediante la reunión con su otra mitad sustancial, representada por la ayuda de Dios. Éste es el secreto del hombre esencial, símbolo o parte divina sepultada en las tinieblas del exilio de este mundo.
Carlos de Tilo
Al echar un puente entre el cuerpo y el espíritu, los símbolos permiten hacer sensible todo concepto inteligible. Se presentan como mediadores del dominio psíquico y poseen por lo tanto un carácter dual, que los hace capaces de admitir un doble sentido y a interpretaciones múltiples y coherentes, igualmente verdaderas desde diferentes puntos de vista. Implican un conjunto de ideas de un modo total y no analítico. Cada cual los puede interpretar en diferentes niveles, de acuerdo con su grado de capacidad. Es más un medio de exposición que de expresión. El símbolo es un género del que sus diferentes variedades, palabras, signos, números, gestos, grafías, acciones o ritos, son especies. En tanto que la lógica racional de la gramática está relacionada al sentido físico y literal, los símbolos gráficos o “agis” son sintéticos e intuitivos. Ofrecen motivos de evocación indefinida hasta permitir traducciones de valores opuestos y complementarios. Además, si se lleva al extremo la investigación de los orígenes, el mismo sentido literal proviene de un primer símbolo cuya imagen ha sido borrada por la inconsciencia de la costumbre desde largo tiempo atrás.
La ciencia de los símbolos está basada en la correspondencia que existe entre los diversos órdenes de la realidad, natural y sobrenatural, no considerándose a la natural, sino como la exteriorización de ésta. El principio fundamental del simbolismo afirma que una realidad de un cierto orden puede ser representada por una realidad de un orden menos elevado, en tanto que la inversa es imposible, ya que el símbolo deber ser más accesible que lo por él representado. Esta regla deriva de la armonía necesaria al mantenimiento del mundo tomado en un momento dado, a un equilibrio cósmico en que cada parte es homóloga al todo. De esta manera la parte simboliza a la totalidad, lo inferior es testigo de lo superior y lo conocido toma las veces de lo desconocido.
El verdadero simbolismo no es arbitrario. Brota de la naturaleza, que puede tomarse como símbolo de las realidades superiores, como lo pensaban los hombres de la Edad Media. El mundo les semejaba un lenguaje divino o mejor, como decía Berkeley, "El lenguaje que el Espíritu Infinito habla a los espíritus finitos”. Los diferentes reinos de la naturaleza colaboran en este alfabeto expresivo. Las ciencias tradicionales como la gramática, las matemáticas, las artes y los oficios eran empleados como bases y medios de expresión del conocimiento metafísico, además de su valor propio, pero gracias a ese valor. Toda acción podía llegar a ser el pretexto de un símbolo adecuado. Incluso los acontecimientos de la historia testimonian a favor de las leyes que rigen la manifestación universal. Esta analogía está fundamentada sobre la que relaciona el microcosmos y el macrocosmos, sobre la identidad de sus elementos y de sus energías.
En una palabra, el simbolismo es la llave que abre los secretos, el hilo de Ariadna que relaciona los diferentes órdenes de la realidad.
Luc Benoist
La forma simbólica ayuda a cada cual, según la medida de sus propias posibilidades intelectuales a comprender de modo más o menos profundo, más o menos completo, la verdad representada por ella. Las grandes verdades más, que no pueden ser en modo alguno comunicables o trasmisibles por ningún otro medio, se hacen tales hasta cierto punto cuando van, si puede decirse, arropadas de símbolos, que sin duda, despistarán a muchos, pero que las revelarán con total claridad a los ojos de los que saben ver.
René Guénon
El símbolo es el vehículo que liga dos realidades, o mejor dos planos de una misma realidad. Participa pues de ambas: de allí su pluralidad de significados. Para la antigüedad, el símbolo era el representante de una energía-fuerza que permitía la ruptura de nivel el acceso a otros mundos, o el acceso al conocimiento de diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por distintos grados de conciencia. El símbolo era y es, en consecuencia, el medio de comunicación entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por excelencia, ya que él cuenta la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre cambiante, de múltiples falsas apariencias. Describe entonces a la realidad tal cual es y no permite así el engaño de los sentidos, las desviaciones y enredos a que es tan proclive nuestra personalidad. Se cree por lo tanto en él y se le reconocen los valores de que es portador, sin caer en la equivocación grosera de tomar al símbolo por lo simbolizado, al vehículo por la meta del viaje. 
Lo menor simboliza lo mayor y la analogía entre ambas realidades es inversa. Nos falta agregar que lo finito es un símbolo de lo infinito así como la tierra lo es del cielo, y el tiempo de la eternidad. En ese sentido debe afirmarse como lo ha hecho la Cábala que el hombre es una miniatura, una réplica del Hombre Universal, el Adam Kadmon, como con otros nombres lo han designado muchas Tradiciones. Por lo que está hecho a imagen y semejanza del Cosmos, así un hijo con respecto a su padre.
Esta analogía vehicula todas las otras cosas ya que hace del lenguaje humano un receptor-emisario del Verbo divino, a la par que al hombre como el protagonista único entre los seres de este mundo, y por lo tanto un soberano en su propio reino. Pero es necesario entender que siendo la Creación un símbolo de su Creador es de por sí sagrada, aunque los símbolos y sus significados sean polivalentes y ellos expresen por sí mismos la realidad intrínseca de la cosa de la que son mensajeros. Por eso se dice que se revelan al hombre, por lo cual éste debe aprender-enseñar sus distintos sentidos.
Dado que cualquier asunto o cosa manifestada es simbólica, el universo y todo lo que incluye es un código cifrado, un lenguaje misterioso que podemos comprender aunque para ello necesitemos algo más que nuestras buenas intenciones o la cultura parcial de la que estamos munidos; de hecho salvo por los símbolos y las analogías, nada de lo conocido nos sirve para develar lo desconocido, lo mismo que sucede con el aparato sensorial con el que habitualmente comprendemos. Es por eso que los símbolos son vehículos liberadores; en verdad, los únicos capaces de darnos una libertad que supere lo relativo y vincularnos con lo suprarreal, o sea con aquello de lo que los símbolos son portadores, su razón misma de ser.
Federico González Frías
El símbolo es la representación sensible de una realidad inteligible. Esa es la definición más somera que se puede dar del símbolo. Pero una definición más exacta diría simplemente: el símbolo es la representación de una realidad inteligible. Al ser representación quiere ello decir que el símbolo determina, concreta y manifiesta lo inteligible sin ser por eso necesariamente sensible, pues lo representativo no siempre es sensible. El símbolo es siempre representativo pero no siempre sensible. Podríamos hablar entonces de "docetismo simbólico". El símbolo se encuentra en una zona intermedia entre lo puramente sensible y lo puramente inteligible. El símbolo no es pura inteligibilidad, pues ha de ser necesariamente representativo. El símbolo tampoco es mera sensibilidad, ya que entonces en nada se distinguiría de los entes materiales. El símbolo pertenece a un ámbito de la realidad intermedio entre lo inteligible puro y lo sensible puro.
José Antonio Antón Pacheco
Los mitos, leyendas y cuentos folklóricos son fuentes importantes de metáforas y símbolos de transformación. A menudo contienen relatos metafóricos de experiencias transformadoras. Son como cuentos narrados por exploradores del futuro, supuestos viajeros, describiendo de modo simbólico, las características principales de los paisajes interiores que atraviesa el viajero consciente. A veces de un modo aleccionador, otras inspirador, aluden metafóricamente, los conflictos interiores que deben ser resueltos, las dificultades que deben ser aguantadas, los obstáculos que deben ser superados, los premios que deben ser ganados, las herramientas que deben ser utilizadas, los aliados que deben ser encontrados, las visiones que deben ser vistas.
Los símbolos y las metáforas funcionan en la psique como enlaces entre estados y niveles de conciencia, llenando el vacío entre los dominios de la realidad. Sirven para dilucidar sobre las estructuras de la conciencia mientras estamos experimentando transformaciones ordinarias y extraordinarias. Muchos de los más profundos y poderosos símbolos de arquetipos no son necesariamente articulados verbalmente. Pueden ser números, formas, colores y fenómenos de la naturaleza, plantas o animales, y pueden ser expresados por una gran variedad de formas culturales, como por ejemplo: la pintura, la escultura, la arquitectura, la canción el baile, el ritual, el movimiento, el gesto. Estas imágenes primordiales y arquetípicas se encuentran en todas las culturas y todas las épocas, y así representan una especie de lenguaje universal.
Otra función muy importante de los símbolos es su capacidad de inducir cambios en nuestra percepción, sentimientos o pensamientos. Por ejemplo, un monje budista meditando sobre una figura simbólica experimenta cambios específicos y definidos en su conciencia, o inducidos intencionadamente, o bien facilitados por esa imagen simbólica. En la psicoterapia junguiana, muchas veces el paciente es incitado, en un proceso conocido como “imaginación activa”, a extender y desarrollar las asociaciones de significados de la imagen encontrada en un sueño. Jung subraya repetidas veces la naturaleza activa y dinámica de los símbolos y su capacidad de funcionar en nuestro interior –incluso sobre nosotros- sin nuestro reconocimiento consciente.
Mientras Freud postulaba que los símbolos en el inconsciente funcionan principalmente para esconder impulsos y conflictos que simbolizan, para Jung, el símbolo es un puente entre el consciente y el inconsciente, un elemento que “apunta más allá de sí mismo hacia un significado que es oscuramente adivinado, pero aun así fuera de nuestro alcance”. Los símbolos  religiosos en particular, según Jung, tienen un carácter distintamente revelador y transformador. “Incluso hoy en día podemos ver en los  individuos la génesis espontánea de símbolos religiosos válidos y genuinos, que brotan del inconsciente como flores de una especie extraña, mientras que la conciencia se queda perpleja”. Aquí Jung se refiere a la actividad dinámica y espontánea de los símbolos de la psique, una actividad que provoca visiones simbólicas en los sueños, meditaciones u otros estados similares de conciencia. No son “inventadas” y puede que sorprendan al individuo que las tiene.
Ralph Metzner
El que se asombre de que un símbolo formal pueda no sólo permanecer vi­vo durante milenios, sino también retornar a la vida después de una interrupción de miles de años, debería recordar que el poder del mundo espiritual, del que forma parte el símbolo, es eterno.
Walter Andrae
Los símbolos revelan velando y velan revelando.
Georges Gurvitch
 El pensamiento simbólico es un pensamiento "analógico", que establece relaciones poco evidentes, ya que se apoya en la intuición. Decimos que intuimos una cosa cuando no encontramos una relación racional entre las causas y sus efectos, hay un salto en la sucesión causal, pero la conexión intuitiva funciona. El origen de la intuición es incierto, puede venir de una relación más visual con el objeto o incluso corporal. Por ello, el pensamiento intuitivo se apoya en imagen y gesto, de donde surge el símbolo y el ritual. Ambos permiten una forma de pensar diferente a la forma usual, que suele ser el pensamiento racional. El pensamiento simbólico deja de lado el aspecto cuantitativo de las cosas y se interesa más por el aspecto cualitativo, lo que nos permite descubrir determinadas funciones universales que operan en todos los fenómenos vivos. Con la Razón tallamos la piedra y le damos formas geométricas a la Naturaleza. A través del Símbolo nos adentramos en la misma Vida, que requiere ser mirada como un todo. La Vida es el fenómeno opuesto a la gravitación, los cuerpos físicos caen hacia la Tierra, la Vida se eleva hacia el Sol, busca la luz y el calor. Por eso el pensamiento místico, que busca elevarse de lo meramente grave y pesado, contempla el Cosmos y viaja por los Cielos Estrellados encontrando Símbolos Universales por todas partes. Pues la Vida nos envuelve, la Naturaleza nos rodea y penetra y sin embargo nos oculta sus misterios, bueno, se los oculta al pensador racional y empírico, que no es capaz de elevar su pensamiento de los pesado, lo grave, lo físico...
Juan Almirall Arnal
El pensamiento simbólico, que nos permite, por ejemplo, interpretar el significado de las formas religiosas, de los mitos y de los ritos, parece tener un origen más antiguo de lo que se creía, a juzgar por los últimos hallazgos arqueológicos. Se han encontrado evidencias de comportamiento simbólico en piezas de hasta 100.000 años de antigüedad, grabadas con intrincados patrones de líneas. La religiosidad humana podría ser una forma particular de un comportamiento social simbólico ampliado, según los especialistas.
 Las evidencias del inicio del pensamiento simbólico resultan importantes para comprender el inicio de la religiosidad en el ser humano. De hecho, los últimos hallazgos arqueológicos relacionados con el humano moderno apuntan a que es en esa habilidad cognitiva donde podría encontrarse el inicio de nuestra espiritualidad: diseños geométricos de contenido simbólico o antiquísimas tumbas cuyo análisis ha revelado la existencia de rituales de enterramiento, son algunos ejemplos de la relación entre simbolismo y aparición de las religiones. 
Actualmente los arqueólogos buscan señales de religiones antiguas en relación con el inicio del comportamiento simbólico en nuestra historia. La razón estaría, según explica el arqueólogo Colin Renfrew, de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, en que la religión podría ser una forma particular de un comportamiento social simbólico ampliado.
Yaiza Martínez
La visión simbólica del mundo, que fue la de los antiguos, los cuales se expresaron nada más mediante símbolos y ritos, es la visión ingenua y directa que supera las mediaciones  culturales, por más que tiempo y cultura influyan y condiciones la forma sensible del símbolo. Lo simbolizado no es  de ningún modo el símbolo sino aquello inexpresable que no podría decirse de otro modo de no ser por aquella forma que en lo sensible lo manifiesta.
Los símbolos son el más antiguo cantar. El principal de ellos es la naturaleza virgen. En ella espontáneamente se explayan estas formas universales del día y la noche, la bóveda celeste, el polo, los puntos cardinales, los metales, los planetas, los luminares. Todos los sabios y los genios de la humanidad han reconocido que la naturaleza es la principal maestra, el Liber Mundi, la primera y más alta escritura. El paraíso terrenal era el estado natural del hombre, cuando no comía del árbol del bien y del mal. Ni buena ni mala, el símbolo representa la realidad tal como es. Y por más que la ciencia de los símbolos sea conceptualmente contradictoria en sus afirmaciones y negaciones,  su conocimiento es el más coherente, verdadero y exacto, aunque no se pueda compartir ni medir. La experiencia del simbolismo, si así pudiera llamarse, es única, es pura casualidad. La casualidad según Platón afirma, es lo bello y bueno de cada cosa. Y añade que de las cosas buenas y bellas el filósofo asciende por la dialéctica a la idea del Bien y de lo Bello: la filosofía se alimenta, pues de la contemplación de la naturaleza.
Josep Olives Puig
La virtud esencial del símbolo es asegurar la presencia misma de trascendencia en el seno del misterio personal. Para un pensamiento eclesiástico, semejante pretensión se presenta como el camino que conduce al sacrilegio. Ya sea fariseo, sunita o “romano”, el legalismo religioso se enfrenta siempre, fundamentalmente, con la afirmación  de que existe para cada individualidad espiritual una “inteligencia agente separada, su Espíritu Santo, su Señor personal, que les une al Pleroma sin otra mediación”. Dicho de otra forma, en el proceso simbólico puro, el Mediador, Ángel o Espíritu Santo, es personal, emana en cierto modo del libre examen, o más bien de la libre exultación, y por eso escapa a toda formulación dogmática impuesta desde afuera. La vinculación de la persona, por intermedio de su ángel, con el Absoluto ontológico, escamotea incluso la segregación sacramental de la iglesia. Como en el platonismo, y sobre todo en el platonismo valentiniano, bajo la cubierta de la angelología  hay una relación personal con el Ángel del Conocimiento y de la Revelación.
Por lo tanto, todo simbolismo es una especie de gnosis, o sea un procedimiento de mediación a través de un conocimiento concreto y experimental. Como gnosis, el símbolo es un “conocimiento beatificante”, un “conocimiento salvador”, que, ante todo, no necesita un intermediario social, es decir sacramental y eclesiástico. Pero esta gnosis, por ser concreta y experimental, siempre tenderá a incluir al ángel entre los mediadores personales en segundo grado; profetas, mesías y sobre todo la mujer. Para la gnosis propiamente dicha los “ángeles supremos” son Sofía, Barbelo, Nuestra Señora del Espíritu Santo, Helena, etc., cuya caída y salvación representan las mismas esperanzas que la vía simbólica: la conducción de lo concreto a su sentido iluminante. Es que la mujer, como los Ángeles de la teofanía plotiniana, posee, al contrario del hombre, una doble naturaleza que es propia del symbolon mismo: es creadora de un sentido y al mismo tiempo su receptáculo concreto. La femineidad es la única mediadora, por ser a la vez “pasiva y “activa”. Es lo que ya había expresado Platón, es lo que expresa la figura judía de la Schekhinah, así como la figura musulmana de Fátima. Así pues, la Mujer es, como el Ángel, el símbolo de los símbolos, tal como aparece en la mariología ortodoxa en la figura de la Theotokos o en la liturgia de las iglesias cristianas que asimilan de buen grado como mediadora suprema a “La Esposa”.
Gilbert Durand

El ser humano puede representar el mundo de dos maneras: directa e indirectamente. La directa tiene lugar cuando la cosa se representa «en carne y hueso» y se hace presente al espíritu en sí misma. La indirecta sucede cuando el objeto está ausente y se le re-presenta al ser humano en imagen. Una de esas formas indirectas de re-presentación es el símbolo.
La palabra «símbolo» proviene del verbo griego symballein, que, en su forma transitiva, significa poner en común, reunir, intercambiar y, en su forma intransitiva, encontrarse, juntarse. El sustantivo sym-bolon significa conjunción, pacto, reunión de las dos partes en que se dividía el objeto.
El símbolo antiguo indica un objeto que se rompe en dos partes iguales de forma que cada uno de los firmantes de un pacto se queda con una parte. Cada parte por separado carece de valor. El valor simbólico radica en la relación de una mitad con la otra. La unión de ambas partes llevada a cabo por los portadores es lo que constituye la prenda del pacto. La reunión de las partes escindidas lleva al reconocimiento, a la identificación y al encuentro.
El símbolo representa algo que va más allá de su significado inmediato y del alcance de la razón. Muchas cosas escapan al alcance del entendimiento humano y requieren de la mediación del símbolo para su expresión y comunicación.
El símbolo se caracteriza por poseer un plus de sentido. Añade un nuevo valor a una acción o un objeto, convirtiéndolos en algo abierto que lleva a la profundidad de lo real. En ese sentido, remite a experiencias, aspiraciones y niveles profundos de la existencia humana y de la realidad cósmica que no son expresables por la vía de la razón teórica o del discurso racional, ni encuentran traducción adecuada por vía conceptual. Éste es el caso de experiencias humanas fundamentales como la vida, la muerte, el sufrimiento, la alegría, el amor, el miedo, la esperanza, la fe, la compasión, la reconciliación, el perdón, la fraternidad, la felicidad, la fidelidad, la confianza. El ser humano recurre a los grandes símbolos que ha tejido la humanidad en su historia y prehistoria y que están presentes en las diferentes culturas y religiones para expresar esas experiencias: el agua, el aire, el fuego, la tierra, el cielo, el abismo, el árbol, la luz, el sol, el pecado original, el camino, el éxodo, animales, plantas, constelaciones, etc.
Lo expresa bellamente y con precisión ·Mircea-Eliade: «El símbolo revela ciertos aspectos de la realidad -los más profundos- que se niegan a cualquier otro medio de conocimiento. Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la psique, responden a una necesidad y llenan una función: dejar al desnudo las modalidades más secretas del ser».
Las experiencias y aspiraciones profundas permanecen en el umbral de la consciencia y arriban a la consciencia por la vía de los símbolos. «El aspecto inconsciente de cualquier suceso -afirma Jung-se nos revela en sueños, donde aparece no como pensamiento racional, sino como una imagen simbólica». En el inconsciente está la «matriz del espíritu humano y de sus invenciones», sostiene el mismo autor.
El símbolo viene a constituir una especie de puente que relaciona dos sentidos: el literal y aquel al que remite el literal. La relación entre ambos sentidos es profunda e interna. A diferencia del signo, que remite a algo distinto de sí mismo, el símbolo nos introduce en el orden cultural, religioso, ritual y cultural, del que él mismo forma parte. El significante tiene que ver con el significado.
El símbolo presencializa una ausencia y actualiza algo que no puede alcanzarse, que es imposible de percibir o no es conocido. Lo específico del símbolo es ser epifanía del misterio, manifestación de lo indecible. El símbolo nos abre a la trascendencia en el seno de la inmanencia, apunta a la presencia en medio de la ausencia, remite a la comunicación cuando se experimenta la soledad. Pero precisamente por su carácter inexaurible, el símbolo, además de desvelar, vela, además de manifestar, oculta, para no disolver el misterio.
Juan José Tamayo-Acosta
El Hombre Universal, principio y síntesis de la creación entera, es el símbolo por excelencia pues ninguna otra criatura refleja todas y cada una de las cualidades divinas-. Las dos primeras cualidades que este Hombre-símbolo refleja son las de unión-separación; la Sabiduría y la Inteligencia; facultades que son la primera polarización de la Esencia única, Hombre Universal o "corazón de Dios". La Sabiduría, asociada al ojo derecho, es la contemplación pura en la que no existe ningún rastro de separación; la Inteligencia, asociada al ojo izquierdo es la raíz de la creatividad porque contempla al mismo tiempo como en un espejo, la Unidad Pura, y como en un prisma, el despliegue de las cualidades divinas. 
Para comprender al símbolo como función, nos es necesario acceder a la idea de arquetipo. A nivel racional pensamos que las ideas son algo estático pues es a ese nivel que ya se han cristalizado en conceptos. El pensamiento moderno tiene mayor dificultad que el primitivo para acceder a la experiencia del arquetipo, porque la mayor parte de nuestras lenguas requieren que los verbos estén asociados a sujetos y no podemos imaginar fácilmente procesos de actividad pura. Las culturas antiguas simbolizaban este eterno y puro proceso como dioses, esto es: poderes o líneas de acción por las que el espíritu se concreta en energía y materia. 
La tradición hebrea describe en el Sefer ha Yetsirah (Libro de la Creación) a estos arquetipos, como ángeles, espíritus, o almas, que surgen cuando la superficie de las aguas es agitada por el viento creador y redentor. Estas "olas" habitadas por el espíritu de Luz, son vibraciones sutiles en las que la luz incolora se quiebra en miríadas de rayos, que asumen un color según su función, pero sin tener aún ninguna apariencia formal. Cada vibración habitada por la luz es una semilla que irradia, como una gema, un color particular, y contiene un ser potencial. La tradición hindú llama bîjas (semillas) a estas vibraciones o primeras cualidades divinas, primera mezcla de espíritu y sustancia, que si son pronunciadas por el hombre, invocan dichas cualidades espirituales. 
Las fuerzas ocultas del cosmos, a fin de ser perceptibles por el hombre se revisten de formas, crecen y se desarrollan construyendo tejidos simbólicos que han sido la base de todos los sistemas cosmológicos. El símbolo no es sino una Idea o arquetipo en su aspecto más interno (donde aún no existe rastro de diferencia con la Unidad), y un ropaje de formas comprensibles para el hombre en su aspecto más externo. Esto le permite ser un puente entre nuestra percepción sensible y las fuerzas ocultas del mundo de las Ideas o arquetipos, imágenes, o reflejos puros de la Unidad.
Alicia Wiechers
Un símbolo no es una alegoría o una metáfora, es decir, no es una ficción que da a entender exclusivamente una cosa expresando otra diferente. Un símbolo no es un signo o una mera convección; es decir, no expresa un significado previamente convencido. Un símbolo es, según la definición menos restrictiva, un estímulo capaz de trasladar a quien lo recibe del plano de lo fenomenológico y existencial al de lo absoluto e inamovible. El símbolo abre el campo de la conciencia haciendo percibir todos los aspectos de la realidad: lo sensible y lo velado, lo manifiesto y lo oculto, lo consciente y lo inconsciente.
El símbolo actúa abriendo el consciente más inmediato y, al mismo tiempo, haciendo emerger hasta la superficie de la conciencia elementos inconscientes por asociación y encadenamiento espontáneo de emociones, imágenes, recuerdos y pulsaciones, concatenando así una reserva de significados. Al despertar nuestro consciente con nuestro inconsciente, el símbolo nos revela a nosotros mismos, poniendo a cada uno frente a su “otro”.
El símbolo da una visión global de la realidad ya que religa los diferentes niveles de la conciencia individual y colectiva. Al informar sobre la globalidad, el símbolo es un medio privilegiado para comunicar ideas de orden metafísico que informan sobre el Principio.
Etimológicamente”símbolo” (del griego, syn y tobalein significa “ir juntos”, “arrojarse juntos”, indicando tanto el despertar conjunto del consciente y del inconsciente por la acción simbólica, como la simbiosis imprescindible para que dicha acción se active entre el objeto que estimula (la figuración, si se trata de un símbolo plástico) y el sujeto receptor del estímulo.
La significación simbólica será siempre polivalente tanto para informar distintos planos en cada sujeto (el sensible, el psicológico, el metafísico, etc.), como por la variabilidad de los mismos receptores de la acción simbólica. El símbolo requiere tanto el objeto estimulante como el sujeto estimulado y al ser éste variable para cada símbolo, al no haber dos personas iguales el contenido simbólica será siempre superior al continente. El símbolo reúne la manifestación de quien lo emite y la percepción de quien lo recibe, constituyendo en todo una expresión sintética, sea ésta verbal, plástica o musical.

Jaime Cobreros y Julio Peradejordi
Si no puedes igualarte a Dios no lo puedes comprender: pues sólo lo semejante comprende a lo semejante. Crece hasta ser de una grandeza inmensa, sobrepasa a todos los cuerpos, elévate por encima de todos los tiempos, transfórmate en eternidad. Entonces comprenderás a Dios. Imprégnate con el pensamiento de que para ti nada es imposible; considérate como inmortal y capaz de comprenderlo todo, las artes, las ciencias y la naturaleza de todo lo que vive. Sube más alto que toda altura, desciende más bajo que toda profundidad. Reúne en ti las sensaciones de todo lo creado: del fuego y del agua, de lo seco y lo húmedo; imagina que estás en todas partes al mismo tiempo: sobre la tierra, en el mar, en el aire; que aún no has sido creado; que estás en el seno materno; que eres adolescente, anciano; que estás muerto y más allá de la muerte. Si puedes abarcar todo eso a la vez en tu conciencia: tiempo, lugares, acontecimientos, calidades, cantidades, entonces comprenderás a Dios. Pero si mantienes a tu alma prisionera en el cuerpo, si la rebajas constantemente diciendo: No comprendo nada, no puedo nada, temo al mar, no sabría elevarme hasta el cielo, no sé lo que he sido, ni lo que seré, entonces ¿qué tienes que ver con Dios?
Hermes Trismegisto

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